jueves, 1 de mayo de 2008

En las alas de la fe



"Con mi familia volamos desde Buenos Aires, Argentina, a una ciudad del norte del país, llamada Posadas. Yo tenía 15 años y, aun cuando había volado en avión antes, no estaba acostumbrada a uno tan pequeño como el de esa oportunidad. Tenía capacidad para 50 personas y debe haber tenido unos cincuenta años. Sentí un escalofrío en la espalda ante la idea de estrellarnos, pero hice caso omiso de esa idea. El avión temblaba un poco, igual que yo en ese momento, pero no estaba aterrada porque estaba con mi familia.
"Cuando empezamos a cruzar una gran extensión cubierta por agua, el avión empezó a temblar y a vibrar en extremo. Repentinamente el temor que yo había tratado de controlar me sobrecogió. Cerré los ojos y, casi instintivamente, ofrecí una oración. Había aprendido a orar siempre que sobrevenía un problema.

"Al pedir protección a mi Padre Celestial, sentí una calma que me confirmó que todo iba a salir bien. Abrí los ojos y miré por la ventana. Era temprano por la mañana y, mientras había estado ofreciendo mi oración, la luz del sol y el lago se había mezclado para pintar el cielo y el agua en un azul oscuro, y en ambos se reflejaban espumantes mantos de una blancura celestial. Era uno de los panoramas más hermosos que jamás hubiera visto. Desapareció mi temor y las nubes que habían sido la causa de que temblara el avión ahora parecían como amorosos brazos de nuestro Padre Celestial.

"Con un sentimiento de seguridad ahora, empecé a estudiar el agua y el cielo, imaginándome las violentas tormentas que se producen en cada una, y pensé en mi propia vida, con todos los problemas diarios, o tormentas, en las que en forma constante me encuentro.

"Había sido miembro de la Iglesia durante toda mi vida, pero nunca me había dado cuenta antes de la gran influencia que puede tener nuestro Padre Celestial. Supe entonces que realmente Él nos ha proporcionado un escape de las tormentas del mundo y me di cuenta de que al orar y al aferrarme a la barra de hierro, podía elevarme por sobre las tormentas y alcanzar niveles espirituales donde yo podría sentir Su amor.

"He orado a diario desde que tuve la edad suficiente para hacerlo, pero lo hacía sin saber que mis oraciones eran escuchadas; pero ese día en el cielo de Argentina, una simple oración abrió mis ojos. Esa nueva realidad fue sólo el punto de partida, pero me ayudó a entender todo el amor que tiene nuestro Padre Celestial por mí. Ésa es una de las muchas formas por las que sé que Él vive y que siempre debo dirigirme a Él en oración.

Por Viki A. Groberg
(Liahona, Marzo de 1997, páginas 28-29)